Hoy todavía hay personas que se consagran por completo a Cristo. Si bien es fácil imaginar a monjes que viven entre las paredes del claustro, también hay consagrados laicos que viven en medio del mundo. Fernando Lorenzo Rego es un laico consagrado del Regnum Christi que cuenta su experiencia en una entrevista a Omnes.
No todas las personas consagradas viven dentro de un convento o monasterio. Hay quienes, estando completamente entregados a Dios, viven su vocación en medio del mundo. Son laicos consagrados.
Fernando Lorenzo Rego es una de estas personas. Pertenece al Regnum Christi y en una entrevista con Omnes explica el sentido de la vida consagrada, la vocación de los laicos y el carisma del Reino de Cristo.
¿Qué sentido tiene la vida consagrada?
–Buscando brevedad, podría decir que es hacer asequible el estilo de vida de Jesús a todo cristiano.
Jesús se ha encarnado para revelar el hombre al hombre, en palabras de San Juan Pablo II. La vida consagrada no tiene otro sentido sino reproducir un aspecto —o varios— de la vida de Jesús en el tiempo actual para que sea actualizado y comprendido por el cristiano de hoy, en medio de su vida de todos los días, y pueda llegar al cielo.
¿Puede vivirse esta vocación en el mundo de hoy? ¿Es lógico que exista?
–Siempre ha habido retos para la vida cristiana y siempre habrá retos para la vida consagrada. Los tiempos actuales no son diferentes. Al contrario, presenta dificultades añadidas en una sociedad individualista, agnóstica y muy alejada de una visión trascendente —al menos, en occidente.
A pesar de ello, en nuestros días existen trazos que manifiestan una honda preocupación por el ser humano. ¿Cómo entender si no el gran fenómeno del crecimiento del voluntariado, o de organizaciones no gubernamentales que se preocupan por quienes nadie se preocupaba hace unos años? ¿No nos está hablando de un anhelo de volcarse por el otro, de un afán de llenar ese espacio que lo material no puede llenar?
Precisamente, este vacío se manifiesta como la sed de un extraviado en el desierto en su anhelo angustioso por un oasis. Ese oasis, junto a otras realidades eclesiales, lo ofrece la vida consagrada.
«No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos», dice Jesús. El mundo de hoy está muy enfermo, «la Iglesia es un hospital de campaña», como gusta decir al Papa Francisco. En ese hospital, para esos enfermos, aceptando las propias limitaciones, se encuentra la vida consagrada ofreciendo un camino hacia Jesús, nuestro Salvador, para que ese ser humano herido encuentre un sentido pleno a su vida.
¿Cómo se vive, en el aspecto más práctico, la entrega completa a Dios estando en medio del mundo?
–Teniendo una razón clara para vivir, poniendo por delante el fin de nuestra vida: Jesucristo. Sabiendo tomar lo que nos ayuda para ello y dejando de lado lo que estorba.
Me gustan las comparaciones visuales…, es como si alguien necesita cocinar una paella. Se dirige a un supermercado que le ofrece multitud de productos muy atractivos. ¿Qué hace? Tiene en mente su ideal. Contempla las exquisiteces que le ofertan, que incluso le poner en la mano para probar; pero sólo escoge aquello que le ayudará a preparar una suculenta paella.
La persona consagrada no demoniza nada. Deja pasar lo que no es para él. Muchas realidades buenas; otras no tanto y, algunas, malas para cualquiera. Pero toma la realidad «en tanto en cuanto» le ayuda a cumplir su ideal. Es vivir el principio y fundamento que tanto promueve San Ignacio de Loyola.
Así, el estilo de vida, el tiempo que dedica a muchas actividades buenas y santas lo dedica si es necesario. Pienso, por ejemplo, en el tiempo que brinda a la unión con Dios, a la relación con sus compañeros de comunidad, a la atención a las personas a las que dirige su misión, al estudio o al trabajo, a las relaciones humanas, al entretenimiento, al descanso, al deporte, al cultivo cultural, al cuidado de su propia casa, etc.
Las actividades ordinarias esenciales como ser humano —cuerpo y espíritu, incluyendo los afectos— junto con la dedicación constante e incansable por su misión concreta: la atención a los demás allí donde esté dedicado y la misión le asigne. Eso puede ser la enseñanza —en diferentes niveles—, la orientación y acompañamiento espiritual desde niños y adolescentes a la vida adulta, la investigación, el ejercicio profesional de lo más variado, el trabajo manual, la vida parroquial o de las variadísimas organizaciones eclesiales, en el voluntariado, en la vida política, en el mundo sanitario, en el campo de los trabajadores, en el mundo empresarial, de la comunicación… Un sinfín de realidades son propensas a aterrizar y concretar la misión.
De todo ello, lo esencial es buscar a Dios diariamente para saber suscitarlo a los demás donde y como lo necesiten, sin perderse uno mismo en el camino. Porque los obstáculos son numerosos; pero el amor de Dios y su gracia siempre están para apoyar en la labor.
¿Qué significa vivir de cara a Dios?
–Algo he avanzado anteriormente. Supone «estructurar» la propia vida donde la relación con Dios y su voluntad no sólo ocupe el lugar principal, sino el único. Esto debe ser muy claro en una vida consagrada. Se vive absolutamente de cara a Él. No se le dan sólo los mejores momentos, sino todos. Aunque esto supone muchas facetas muy diferentes.
Por ejemplo, es esencial la vida de unión con Él. Pero, asimismo, disponer de momentos de esparcimiento equilibrado, «mens sana in corpore sano», para las relaciones humanas. Todo ello siempre de cara a la misión que Jesús quiere para cada uno y en línea con el carisma de la institución.
La entrega a los hombres destinatarios de nuestra misión no es otra realidad sino la misma entrega a Dios. Un Dios descubierto en cada persona necesitada.
¿Cómo se puede tener clara la vocación cuando todo parece tan relativo?
–Es verdad, en el mundo, las personas viven un profundo relativismo de ideas, comportamientos, actitudes. Pero eso sucede cuando no se tiene claro un ideal, o se fundamenta la propia vida en algo inestable, perecedero.
Sin embargo, cuando afirmas tu vida en roca (cfr. Mt 7. 24) tendrás dificultades que provienen del interior, de las luchas contra el mal, de la contemplación de muchos que se pierden por falta de Cristo; pero tu ideal te sostiene, te impulsa, te renueva, te lanza cada día a conseguir esas metas. No las tuyas, sino las de Cristo.
Además, sucede algo contrario a lo esperado. Esa firmeza, esa vida asentada sobre roca se puede transformar en un faro para muchos que están a punto de zozobrar en ese impetuoso mar del relativismo. No porque uno sea la fuente de la luz, sino que refleja la que Dios envía a cada persona. No olvidemos, Dios no permanece con los brazos cruzados —si podemos expresarnos así— ante el avance del mal. Por eso suscita muchas formas nuevas en nuestro tiempo para ampliar los canales de la gracia. Y dentro de esas formas, llama a muchos a seguirle por el camino de la entrega total a Él.
¿Cómo es tu vocación de consagrado en el Reino de Cristo? ¿Qué os diferencia de los monjes y frailes?
–Curiosa pregunta; no podía faltar.
Hacia fuera, no cambia nada aparentemente: ni en actividades, ni en modo de presentarse, ni en exigencias laborales o profesionales… Eres «uno más del Pueblo», como nos gusta decir. Pero para Dios eres distinto: dedicado completamente a Él, entusiasmado y enamorado de Dios. Eso se traduce en el día a día de una vida de comunidad, dirigida y acompañada por un director.
La vida de oración ocupa un lugar preeminente. Un promedio de tres horas diarias para estar con Él (celebración eucarística, oración personal y en comunidad, lectura espiritual) y su Madre Santísima (rezo del rosario, oración a su lado…). Ahí se coloca la propia vida, ahí se ofrecen las personas con sus inquietudes, sus logros, sus dificultades… Es momento de petición, de agradecimiento, de alabanza, de adoración.
Luego uno distribuye su tiempo según sus necesidades: ir a clases, a recibirlas o a impartirlas, a lanzar o gestionar proyectos, a acompañar personas en su vida cotidiana, preparar iniciativas apostólicas, a cumplir con obligaciones profesionales…
También hay que ordenar las propias cosas, limpiar y ordenar la casa, comprar, cocinar, descansar, hacer deporte…
Muchas de estas actividades se hacen en comunidad. Pero también se hace comunidad cuando uno trabaja aparentemente en solitario, porque se siente acompañado por la oración, por el consejo, por la acogida cuando regresa al centro —así llamamos a nuestra casa—, sustituido cuando uno no puede…
A mediodía volvemos al centro, cuando es posible; después de comer y descansar, volvemos al «tajo» por la tarde hasta, incluso, bien entrada la noche, si es necesario.
Nuestro centro es un hogar, como una casa de una familia ordinaria, acogedora, sencilla; pero, gracias a Dios y a la generosidad de otras personas, contamos con lo necesario. Lo primero y más importante, una capilla donde conservamos a Jesús Eucaristía para estar con Él; después las áreas comunitarias como cualquier hogar (una sala-comedor, cocina y zona de lavado de ropa, etc.) y las habitaciones individuales.
Los monjes y frailes viven el coro. Nosotros no. Asumimos el estilo de vida de laicos en comunidad, pero sin los compromisos de oración que ellos tienen, sin distintivos (vestimos como cualquier laico de nuestra misma condición), con una consagración a Dios mediante votos privados reconocidos canónicamente como una sociedad de vida apostólica e insertos en el mundo, como he explicado anteriormente.
Brevemente, ¿puede explicar en qué consiste el carisma del Reino de Cristo?
–El carisma del Reino de Cristo, del Regnum Christi, se centra en la experiencia personal de Cristo —como todo carisma—; pero quien lo vive trata de imitar a Jesús cuando sale al encuentro de cada persona para mostrarle el amor de su corazón. A esas personas, como hizo Jesús con los primeros, las reúne y las forma como apóstoles, para que potencien ese posible liderazgo cristiano. Así, las envía a colaborar en la evangelización de los demás hombres y de la sociedad. Pero no se desentiende de ellos, sino que los acompaña con la oración, con el apoyo espiritual y con los consejos de la propia experiencia.
Este carisma del Regnum Christi nosotros lo vivimos aportando nuestra condición de laicos y de consagrados, siendo —como apuntaba anteriormente— uno más del Pueblo de Dios, con nuestro trabajo y la ofrenda de la propia vida.
Fuente: OMNES, Paloma López Campos