Laicos Consagrados del Regnum Christi

«Me descalzo ante su terreno sagrado»: Sergio Carvallo celebra 25 años de vida consagrada

Sergio mira hacia atrás con gratitud. Agradece todas las oraciones, el apoyo, la ayuda y el cariño recibidos; valora cada detalle y lo presenta a Dios como un don.

Sergio Carvallo Hernández comparte cómo nació su vocación, por qué resume estos 25 años con la afirmación «Dios es fiel», y de qué manera ha vivido procesos de oración, purificación y sanación interior. Narra experiencias que lo marcaron — desde un primer retiro de sanación hasta una peregrinación mariana —, su mirada sobre las heridas humanas y el acompañamiento, así como recomendaciones concretas para discernir la propia vocación y un mensaje final de gratitud y esperanza. ¿Qué significa, en su vida, «nada hará que Jesús me ame menos»? ¿Cómo se confirma, tras 25 años, que Dios «anhela, sueña y desea» la plenitud de cada persona?

Sergio Carvallo es laico consagrado y recientemente celebró 25 años de consagración. En estos años, su misión se ha enfocado en la evangelización y el acompañamiento cercano, especialmente de personas que desean profundizar su vida de fe. Sergio, en sus apostolados, promueve espacios de oración y encuentro, y comparte recursos prácticos que ayudan a integrar la fe en lo cotidiano. 

A lo largo de estos años, ha colaborado en distintos servicios dentro de su comunidad y en el Regnum Christi, en iniciativas educativas y eclesiales. Actualmente forma parte de la comunidad de los laicos consagrados en la ciudad de Querétaro (México), donde apoya en la sección de jóvenes. Además, Sergio ha sido nombrado miembro de la comisión del Regnum Christi sobre carismas, pastoral de sanación y vida en el Espíritu, aportando a la reflexión y al discernimiento en estos ámbitos.

La llamada y el «sí»

La decisión de consagrarse a Dios nació de una inquietud interior concreta: «seguirle y entregarme en totalidad». Ese impulso, lejos de ser solitario, estuvo sostenido por el consejo y el apoyo de su familia, «que siempre está buscando lo mejor para mí». No fue un salto inmediato: antes, Sergio se dio tiempo para hacer un discernimiento.

Durante dos años, vivió en el Centro Estudiantil con un único objetivo: escuchar con mayor claridad la voz de Dios y lo que latía en su corazón. Esa etapa le permitió conocer más de cerca la vida consagrada y meditar en lo que más le cautivaba: la entrega total a Cristo. Algo que no se quedara solo en deseo, sino que se concretara en un «sí» responsable.

El proceso concluyó en la decisión de «entregarme a Dios como laico consagrado del Regnum Christi», comenta Sergio. A partir de ahí, la historia de estos años se entiende desde la fidelidad que él ha reconocido una y otra vez en Dios.

Una fidelidad que sostiene

Si tuviera que condensar veinticinco años, lo hace sin rodeos: «Dios es fiel». Es su convicción, esa fidelidad no es una idea abstracta sino una experiencia: no haber sido dejado ni soltado, no sentirse juzgado ni recriminado, sino mirado con amor. Esa certeza le da una seguridad y un impulso en su camino.

Para Sergio, Dios se le revela como «Padre bueno y amoroso» que busca los momentos para que él se sepa «amado, valorado, apapachado, querido, suficiente, necesitado de Él y digno». De ahí que hable de una vigilancia constante: «siempre ha velado por mí y siempre lo hará», y de un horizonte de plenitud: Dios «anhela, sueña y desea» su felicidad y muestra «los mejores planes y proyectos».

La fidelidad divina, añade, no depende de la medida de la respuesta humana: «Dios es Fiel, con, sin o a pesar de la respuesta que le demos». Por eso sostiene una convicción que le acompaña: «Nada de lo que pueda yo hacer, hará que Jesús me ame menos»; se sabe contemplado con orgullo y con amor, no por méritos, sino por pertenencia, sin decir con esto que la conducta personal sea irrelevante, más bien poniendo énfasis en vivir de manera coherente con el amor recibido.

Cambio, purificación y esperanza

Los momentos de cambio y purificación a lo largo de la historia no han estado exentos de dolor. Sergio los atravesó «con mucha oración y esperanza», y reconoce que el camino fue sostenido por personas concretas: «hubo mucha gente que me acompañó en este proceso y que, gracias a ellos, he perseverado en el amor». La comunidad, en su caso, fue un sustento.

A esa compañía visible suma otra menos visible pero decisiva: la intercesión de la Iglesia. La oración por las vocaciones también le ha ayudado a su perseverancia, no como un recurso piadoso más, sino como una verdadera red de apoyo espiritual sostenida por todas las personas que rezan por las vocaciones y su perseverancia.

Cuando escucha la imagen de la Iglesia como «hospital de campaña» del Papa Francisco y las palabras del Papa León XIV en su homilía del 31 de mayo de 2025 de que «reconstruiremos la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida», Sergio vuelve al centro del mensaje del Evangelio: la necesidad del amor de Jesucristo, «Él es el primer interesado en sanarnos y está dispuesto a hacerlo», porque todos «estamos heridos y tenemos un anhelo de ser sanados». 

Heridas, encuentro y salida 

Desde esa convicción, su impulso pastoral es claro: ayudar a que otros conozcan a Jesús y descubran que Él sana, «pero sobre todo que nos ama con pasión». El acento, insiste, está en liberar culpas y heridas; en postrarse ante Él con confianza para pedirle sanación, sin negar la fragilidad, pero sin quedarse atrapado en ella. 

La «pastoral para los cruces del camino» — de la que habló la Convención General — le sugiere un estilo: salir al encuentro del prójimo, generar una relación real para poder acompañar. No hay acompañamiento sin encuentro; no hay sanación sin esa cercanía que hace posible ponerse en camino.

Por eso, cuando repite que «todos necesitamos sanar», no lo hace desde la teoría sino desde la convicción de que ese proceso pueda vivirse en compañía, con tiempos, con paciencia y con la guía adecuada.

Claves para impulsar la sanación y el acompañamiento

Al mirar hacia delante, enumera tres disposiciones que, a su juicio, abren el camino. La primera es una decisión interior: «apertura de corazón (disposición de querer) para que el Espíritu Santo siga obrando en nosotros» y nos conduzca por procesos de sanación. 

La segunda es de método: «llevar acompañamiento espiritual constante», aprender a discernir correctamente y no caminar a solas cuando se trata de decisiones esenciales. La vida interior, dice, también se aprende a trabajar en ella.

La tercera mira a espacios concretos: «apertura en participar en retiros espirituales de sanación interior y formación en temas del Espíritu Santo, carismas y dones». Más que nada para afinar la escucha de esa voz de Dios que nos quiere dar su gracia para salir adelante. 

«El Espíritu Santo ese “Gran desconocido”»

Entre las experiencias que marcaron su vocación, Sergio recuerda su primer retiro de sanación: «el Espíritu Santo se manifestó de muchas maneras en mí». Aquello dejó «una gran huella» y cambió la forma de entender lo que durante años había escuchado en la predicación: que el Espíritu Santo era, para muchos, «el Gran desconocido».

A partir de ese retiro, su aprendizaje se volvió más vivencial: «faltaba que se nos enseñara a escucharle y discernir con Él, que actuara sensiblemente con sus manifestaciones de amor». Hoy, dice, reconoce con mayor claridad su acción en la propia historia y en la de quienes acompaña.

Otro momento decisivo fue la peregrinación a un santuario mariano. Sergio narra que María le habló a su corazón con tanta claridad que no hubo dudas, recibió consuelo y confirmación para su vida. Desde entonces, describe una relación de mucha cercanía con María y recomienda a otros cultivarla: pedirle que nos enseñe a ser como Jesús, a orar, a confiar, a consolar, a acoger y a «apapachar los corazones necesitados».

Acompañar esos «terrenos sagrados»: amistades y crecimiento

Hay una gratitud constante por las personas con las que se ha cruzado en el camino: familias, amigos, todos esos encuentros que llevaron a un acompañamiento espiritual. Ver su crecimiento espiritual, emocional y humano es, para él, ver la gracia de Dios actuando en concreto; no en generalidades, sino en historias con nombre y apellido.

Ese acompañamiento exige respeto y reverencia: «me descalzo cuando me comparten su terreno sagrado, que es su corazón». Desde ahí, lo recibido se convierte en oración y en intercesión: presentar a Dios cada historia y pedir bendiciones para cada uno.

Ese trato cercano le «llena y da mucha esperanza». Para él es la convicción de que Dios trabaja en lo pequeño y sostiene procesos que, vistos de cerca, transforman a las personas.

El ministerio de sanación: signos y certezas

Con la experiencia del ministerio de sanación, Sergio afirma haber visto «muchos milagros» en ámbitos físicos, espirituales y emocionales. «Dios se sigue haciendo presente cuando se le invoca con fe y se pide sanación».

Cada intercesión — cuenta — tiene un sello: «Dios actúa con tanta bondad y cariño, que se nota que es todo un caballero». Esa delicadeza le habla de la bondad del Padre y del cuidado con que trata a cada persona.

Cuando ve a quienes acompaña «salir confirmados en el Amor y con esperanza por lo que viene en sus vidas», confirma también su propio lugar y momento: «estoy donde Dios me quiere», dice. «Todas estas y más, son experiencias que me confirman que Dios es fiel y da la plenitud».

¿Vida consagrada?: discernimiento

A quien por primera vez se plantea consagrarse, Sergio le sugiere dar un paso sencillo y decisivo: iniciar un acompañamiento espiritual para seguir escuchando la voz de Dios y discernir las luces que se van dando. No se trata de una renuncia sin sentido, insiste, porque «Dios no quita nada, lo da todo para que seamos plenos».

Reconoce los miedos: lo desconocido, los estándares sociales, la tentación de quedarse en la zona de confort. Por eso propone probar con realismo: hacer «la experiencia de un fin de semana o un verano» en un contexto vocacional y, desde ahí, verificar si Dios está pidiendo esa entrega o si conduce hacia otra vocación en la que la donación sea posible. 

El criterio de fondo no cambia: caminar «de su mano». Dios — dice — quiere nuestra felicidad y plenitud, tiene «mejores planes para nosotros» y no violenta: respeta y trata «con bondad de Padre».

Con Dios se descubre toda vocación

Ese mismo enfoque vale para toda decisión de estado de vida. Sergio resume sus recomendaciones en tres palabras que, más que un eslogan, son un programa: oración, sacramentos y acompañamiento. La vida cristiana, recuerda, se aprende en la práctica.

Él tiene muy presente esa imagen de Dios de «un caballero». No fuerza, no empuja; conduce con paciencia y respeto, sin suplantar la libertad. Así, el discernimiento no se vive como advertencia, sino como una relación en la que se va reconociendo, paso a paso, la voluntad de Dios.

Desde ahí resulta más fácil vencer la parálisis inicial: si Él «desea que seamos felices» y «plenos», ¿por qué dudar? Dar pequeños pasos — ver y probar — puede ser el comienzo de un camino más luminoso.

Un «gracias» que se vuelve camino

Sergio mira el camino recorrido con gratitud. Agradece todas las oraciones, el apoyo, la ayuda y el cariño recibidos; valora cada detalle y lo presenta a Dios como un don. No se trata de una cortesía final, sino de la conciencia de haber sido sostenido.

Esa gratitud se extiende a toda la familia Regnum Christi — laicos, consagradas y legionarios — con quienes ha compartido «la cruz de Cristo en este caminar hacia la santidad». La misión, sugiere, es compartida y se sostiene mejor cuando se vive en comunión. 

Por último, invita a buscar «la experiencia del amor de Cristo en todo momento» mediante la oración y los sacramentos, y también en el prójimo, la familia y la amistad. «Ayudarnos entre todos a ser santos», sin olvidar a «nuestra mamita María», siempre cercana: tener para Ella un recuerdo, un detalle, una confianza filial que acompañe el camino.

Fuente: Regnum Christi

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